Al collar creativo de Sebas Martín (Poblenou, Barcelona, 1961), compuesto con pulso de orfebre durante los últimos veinte años desde «Estoy en ello» (La Cúpula, 2005) hasta «Mi novio, un virus y la madre que me parió» (La Cúpula, 2021), hay que sumar una cuenta más que -ambientada en los meses previos a que el fascismo español se sublevara contra el legítimo Gobierno de la República- tendría que situarlo en el starting five del panorama del cómic en nuestra lengua. «Que el fin del mundo nos encuentre bailando» (La Cúpula, 2023) es un tiro desde fuera de la línea temporal de su autor (su primera incursión en una época de la que no es o no ha sido testigo directo) que acaba dentro del aro proyectando una parábola que pocas muñecas pueden trazar. La trayectoria que le imprime a la narración no es posible sin un aporte técnico solidificado con los años y una frescura a prueba de bombas. Sebas Martín abandona su zona de confort al situar la historia de amor de Basilio y Tomaset, dos currantes comprometidos (un meritorio en una fábrica textil y un boxeador amateur que sobrevive a base de trabajos no siempre «decentes») en la Barcelona de finales de 1935 y los siete primeros meses de 1936. Y convierte las andanzas de sus personajes en un tierno homenaje a todos los maricones que vivieron aquellos tiempos en los que no había ninguna ley que castigara la homosexualidad pero en los que el vilipendio y el señalamiento estaban a la orden del día. Así que, mérito doble y ovación en pie para un «garabatista» que ha tenido claro desde siempre que «aunque intento que mis historias sean entretenidas y divertidas, para mí es muy importante que dejen testimonio de un tiempo y un lugar concreto (…) esa es mi humilde forma de militancia y reivindicación».
Humildad que en «Que el fin del mundo nos encuentre bailando» se viste de ambición, se calza con la dignidad de la conciencia de clase y se une al caudal artístico europeo que comenzaron a anegar Luca de Santis y Sara Coleone con la novela gráfica «En Italia son todos machos» («In Italia sono tutti maschi», Kappa Edizioni, 2008; Norma editorial, 2011), enmarcada históricamente un par de años después de las vicisitudes de Basilio y Tomaset y en la que se narra el destierro de varias decenas de homosexuales por parte de Mussolini a la isla de San Domino. Si en el cómic italiano vemos cómo se consuma la humillación autoritaria, en la obra del dibujante del Poblenou el fascismo planea como una amenaza inminente y se vuelve asfixiante y abrumador en dos momentos en concreto de una dimensión lírica inabarcable. Por un lado, la asistencia de Tomaset al recital que el 19 de diciembre de 1935 dio Federico García Lorca en el Casal del Metge. Estremece el contraste de la alegría de aquel momento con la pesada losa negra del futuro cercano. Y, por otra parte, la demoledora incursión en el mítico cabaret Wu-Li-Chang donde Basilio, Tomaset y sus amigos asisten a un espectáculo de transformismo en el que se canta una canción tatuada a conciencia en nuestra historia (en una jugada narrativa maestra) que se compondría años después y que va a marcar el porvenir y el fatal desenlace de la mayoría del público de ese cabaret del Barrio Chino (anarquistas, maricones, intelectuales de izquierda…) sin que ellos lo sepan todavía. La ficción reventando la realidad para parir emociones. Carne de gallina.
«Que el fin del mundo nos encuentre bailando» es también una añoranza de la agitación cultural del Paral·lel y el Barrio Chino, es un homenaje a los libreros y libreras (¿cuántos señores Domingo nos han salvado en más de una ocasión?), es una apuesta por el humor cuyo epítome (la señora Tomasa, abuela de Tomaset) es un personaje redondo y es un esbozo de cómo cierta izquierda ha traicionado -y sigue haciéndolo- al movimiento LGTBIQ+ sin ningún remordimiento. Es una canción para antes de una guerra.
QUE EL FIN DEL MUNDO NOS ENCUENTRE BAILANDO de Sebas Martín. Primera edición: La cúpula, 2023. 212 páginas. EAN/UPC: 9788418809552