«Pornografía para piromaníacos» de Wenceslao Bruciaga

Todo inicia con el deceso de Lothar Black que murió dentro del clóset, y no es metáfora. El actor de pectorales súper definidos se colgó en el armario. Las razones de su muerte nadie las conoce. En la novela de Wenceslao Bruciaga iremos descubriendo qué es lo que orilla a un actor porno, deseado por fanáticos y con la posibilidad de fornicar con el hombre que desee, a quitarse la vida repentinamente. En el porno gay todo es real, excepto el nombre real de los actores.

«Pornografía para piromaníacos» no es un thriller criminal aunque lo parezca. Se trata de una de las apuestas literarias más atrevidas de la generación X, que pega con todo al temperamento millenial y a la generación Z. Bruciaga narra el día a día de la leyenda Pedro Blaster, uno de los actores más cotizados de la industria que transita las calles de Castro en San Francisco (el edén gay devorado por la cultura globalizante de Silicon Valley); y de sus colegas de profesión, su joven novio Charlie Sebastian, y su amienemigo Jeff Pliers, un cuarentón con actitudes de rocanrolero intelectual indie.

La novela le hace fama a la melomanía del autor. Cada capítulo es introducido como si fuera un track, pero el relato obedece más a un mashup. Una carga abarrotada y caprichosa de referencias musicales de un gusto “masculino underground” que al mismo tiempo hace ensayo sobre temas que aterrorizan al capitalismo homosexual en la era de la cancelación, la inclusión, el body positive, el lenguaje incluyente y la corrección política. ¿Cómo desear públicamente los cuerpos hipermasculinizados, orgullosos de testosterona, el sexo penetrativo o los traseros voluminosos sin ser señalado de machista, misógino, superficial y retrógrada?

«Pornografía para piromaníacos» se sumerge en el bucle de polémicas donde se confunde el tamaño del falo con el machismo simbólico y no con el apetitoso calibre del deseo; donde ya nadie muere de sida y el sexo con condón es una práctica del pasado; también donde, precisamente, el sexo sin condón es una marca de primer mundo, a pesar de que en todas partes el privilegio ha sido siempre gozar de preservativos. Estamos ante una historia de encuentros sexuales que se mueven entre citas, entrevistas, muertes y rodajes; entre las heredadas costumbres del matrimonio, el fracaso, la depresión, los traumas que nunca se han ido y las disputas infinitas por la más trivial e incoherente de las decisiones: actores porno que son más que una polla, algunos verdaderamente cultos, que aman las axilas y a los machos heterosexuales, enfocados en derrocar al patriarcado desde el culo. Los peligros y el poder de la cámara en el universo de las redes sociales, un medio que tanto cosifica como aumenta la plusvalía de con quien conviene o no acostarse. Eso sí, el porno es la ciencia ficción del sexo.

Penetrar es instintivo, piensa Jeff Pliers, una mezcla de vulnerabilidad, control, fluidos y un dolor insoportable que “terminamos soportando por placer”. Nos dejamos erotizar por las fantasías de virilidad que socialmente hemos construido. El drama homosexual a borbotón en la novela de Wenceslao Bruciaga es tan doloroso como excitante, justo como los gays que, por más radicales, nunca se aburren de lo elemental del sexo, y somos capaces de hallar excitación hasta en los momentos más retorcidos.

PORNOGRAFÍA PARA PIROMANÍACOS de Wenceslao Bruciaga. Año de publicación: 2022. Editorial: Sexto Piso. 390 páginas. ISBN: 978-607-8619-68-9


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