Orilla del Sueño

Adelanto exclusivo del cuento "Orilla del Sueño" del escritor y profesor de Historia del Arte Fernando Yacamán (Ciudad de México, 1985). Este relato pertenece al libro "El demonio que nos habita" que Ediciones Periféricas publicará en diciembre de 2022.

“La constelación de tus heridas me hizo preso de tu amor, 
nuestro encuentro fue marcado por una noche de pasión”. 
Conjunto Costa Grande

A mi compadre Bernardo se le metió el demonio en la verga, despierta por las noches y me busca. La Orilla del Sueño fue la playa de San Miguel de la Costa que nos perteneció. El romper de las olas era nuestro latido. Bernardo tenía una cicatriz con forma de la Virgen del Acantilado.

—Compadre hazme una herida como la que tienes en el pecho.

Hace tiempo lo apuñalaron por enamorar a Jesusa, la hermana de su esposa.

—Porfirio, una cumbia dice que las constelaciones son cicatrices y las marca el destino.

Creí que sus palabras eran por borracho.

—La canción me vale madres, hazme una herida más grande que la tuya.

La sombra de Bernardo era un toro que crecía con la noche.

—¿Qué esperas? Pinche compadre, hiéreme antes que rompa la botella en tu cara.

Mi compadre cuando andaba borracho me veía los ojos.

—Híncate y cierra los párpados.

Si tenía el demonio dentro lo obedecía.

En la oscuridad quedó el sonido de las olas.

Bernardo puso su verga en mi pecho, la movió en círculo hasta que brotaron astros blancos, ola que resonó en la Orilla del Sueño. Abrí los ojos y mi compadre dio un paso atrás; un hilito de leche unió mi pezón a su verga como telaraña a la luz de la luna.

Bernardo al día siguiente volvió a ser un hombre triste y aburrido. Me lo encontré en el malecón cuando los faroles aún estaban apagados. Había una roca repleta de cangrejos araña. Me saludó con un apretón de manos. La verga se le marcaba en la mezclilla, el sol deslumbraba su cicatriz en el pecho y sus ojos negros. Me contó que el trabajo no iba bien porque en el mar quedan peces que nomás sirven para botana, que Prisca, su esposa, se quejó porque no tiene dinero, que Jesusa lo amenazó con armar un argüende si no se fugaba con ella. Dejé de ponerle atención, los vellos de su pecho escurrían como flechas suspendidas en la piel, olor ácido que reconocía hasta en sueños. Con la mirada desperté su demonio. Aunque era de día se prendieron los faroles y cangrejos araña se apareaban sobre una roca. Bernardo se acercó para decirme que no regresaría a la Orilla del Sueño.

—Me iré de este pinche pueblo y no te volveré a ver. —Juró sus palabras por el Dios Roto.

Mi compadre sólo borracho tenía agallas para verme los ojos.

—Está bien.

Respondí con la certeza de que su demonio me buscaría.

Prisca me buscó para pedirme que dejara a su esposo.

—Llórale tus penas a mi compadre, yo estoy curado de espanto.

Me la encontré de frente, en la esquina donde San Miguel de la Costa es arena.

—Porfirio, los compadres no se conocen en la cama.

El sol aclaró sus ojos grises.

—Yo ni cama tengo.

Caminé hacia la playa, pero me jaló del brazo.

—Tú, a los hombres los vuelves maricones y por eso no tardarán en desaparecerte. ¿Crees que el Dios Roto creó a los hombres para que se den por el culo?

—El agua bendita no lava sangre.

De su vestido rojo Prisca sacó una bolsita de terciopelo, la abrió y me arrojó polvo a los ojos. Mi alrededor se volvió penumbras. Prisca se alejó como una sombra. En San Miguel de la Costa no tiene sentido pedir ayuda. Caminé hasta que me envolvió el sonido de la costa; si escucho el romper de las olas no estaré perdido.

En las noches de luna nueva la marea alta no sólo está en el mar.

Mi compadre regresó arrastrando el crepúsculo y con su sombra de toro; que importa acabar en el infierno cuando se tiene al demonio en la verga. Nos besamos con los ojos abiertos, se lo pedí cuando nos hicimos compadres de la cogedera.

Fue la noche en que medusas aparecieron a la Orilla del Sueño.

—Te beso y cierras los ojos como si te chingaras un caballito de mezcal.

Con las manos en sus nalgas lo atraje a mi cuerpo. Sentí su verga cargada de noche.

—Cabrón, mírame.

—Cuando el Dios Roto deje de observarnos.

—Bernardo, él es nuestro cómplice, él es como nosotros.

Su sombra de toro creció con la noche.

Abrió los párpados y sus ojos negros formaron un sol. Su cicatriz en el pecho fue un astro más del cielo iluminado, nuestros cuerpos olas que se encuentran, emergen de la oscuridad, rasgan el cielo hasta el caer de los astros.

“Deja que salga la luna, deja que se meta el sol, deja que caiga la noche, pa que empiece nuestro amor”. Sonaba en la rocola. Me senté al lado del altar a la Virgen del Acantilado y pedí aguardiente. Los domingos al terminar la misa de doce, La Alegría se llena de puro cabrón que, ya curado de pecado, celebra poniéndose hasta la madre. Es una cantina de machos, pero algunos con mezcal en la sangre buscan el rinconcito del cielo en el culo de los hombres. Me fijo en los güeyes que no son de San Miguel, en los que vienen de paso. Le eché el perro a un güero con ojos de gato que agarraba la caguama con una mano, se encabronó al descubrir que lo miraba y lo seguí viendo; de empacho hasta los muertos se calientan. Después de unos tragos me levanté. En la rocola puse “Cien Años”. Me di cuenta de que el güero me veía, me agarré la verga, con los ojos señalé que fuéramos al baño, se burló y miró para otro lado. Regresé a mi mesa, prendí un cigarro y le eché ojos a un gordo con facha de camionero.

Yo no me iría sin un cabrón.

En la rocola sonaron otras canciones.

Al prender un cigarro descubrí que el güero no soltaba la caguama, con los ojos indiqué que me siguiera al baño, sonrió con sus dientes chuecos. Prisca apareció en la puerta de la cantina, con un vestido bordado de flores rojas, un morral de lino, el rostro demacrado y el cabello hecho maraña. El güero se levantó, se dirigió a la salida, intenté seguirlo, pero Prisca se sentó a mi lado, de su morral sacó una pistola y por debajo de la mesa apuntó a mi verga.

—Hoy te vas de San Miguel, saldrás por esa puerta para no volver.

Las velas en el altar de la virgen se apagaron y sentí una punzada en mi pecho.

—Bernardo tomó el dinero que teníamos ahorrado. El cabrón se irá contigo, dime a donde.

—Nací en San Miguel y aquí moriré. Además, ¿quién seguiría a un hombre que le teme a un Dios Roto?

Una cucaracha blanca pasó cerca del huarache de Prisca.

—Bernardo se irá solo, o con Jesusa que seguro lo embrujó, yo qué sé, no me chingues.

Prisca murmuró una de sus brujerías y disparó. La bala casi destroza mi pie. Los borrachos se alborotaron. “Deja que salga la luna” volvió a sonar. Prisca le dio un trago a la caguama que había dejado el güero y salió de La Alegría. No imaginé que sería la última vez que la vería. Abandonó San Miguel de la Costa y, aunque aquí todo se sabe, nadie tiene idea a dónde se fue.

Una vez más, mi compadre regresó arrastrando el crepúsculo y la promesa rota. Frente a él me dejé caer de rodillas, tomé de la botella y con mezcal en los labios desperté su demonio, oleaje de San Miguel, constelación blanca que embriaga a mis dioses, relámpago en mi espíritu; hay mares que sólo entre hombres conocemos.

—Me iré de este pinche pueblo y no te volveré a ver.

Una última gota de leche cayó sobre la arena.

—Está bien.

Contesté aún con sabor ácido en la boca.

—A mí no me gustan los hombres.

Metió su demonio en el pantalón.

—Te gusto yo.

Contesté con la certeza que la noche nos alcanzaría y se acercó para decirme a los ojos.

—Tú ya no puedes gustarme.

De su cuerpo se desprendió la sombra de toro.

—Compadre hazme una herida como la que tienes en el pecho.

Y lo observé alejarse bajo el cielo iluminado de constelaciones.

Abandonó San Miguel de la Costa. Aunque aquí todo se sabe, nadie tiene idea a dónde se fue.

Bernardo podrá irse lejos, a otro pueblo, a la ciudad, al fin del mundo, pero el demonio que tiene en la verga no lo dejará dormir. El mío siempre despierta.

La Virgen del Acantilado sólo tenía sentido en la piel de mi compadre.

Bernardo dejó su sombra de toro. Hay días en que me sigue. Lo he visto en La Alegría, en el malecón, en la calle donde se acaba el pueblo. En la Orilla del Sueño se ahoga.

Fernando Yacamán Orilla del Sueño

4 COMENTARIOS

  1. Me habías robado el corazón con La Virgen del Sado. Este cuento lo disfruté de principio a fin, ojalá sea parte de una antología tuya. Gracias por tantas imágenes en mi memoria F. Yacamán.

    • Hola Gilberto! Gracias por leernos y qué ilusión que hayas disfrutado con el cuento de Fernando Yacamán. Sí, este relato formará parte del libro «El demonio que nos habita» que Ediciones Periféricas publicará en diciembre. ¡Un abrazo!

  2. No había leído nada de este autor pero este cuento me ha fascinado. ¿Dónde puedo conseguir sus libros?

    • Saludos Francisco! ¡Gracias por pasarte por el cuarto oscuro! Puedes encontrar el libro «La virgen del sado» de Fernando Yacamán haciendo click aquí

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