¿Nuestros problemas aparecieron el día en que descubrimos que somos diferentes?
No. Nosotros siempre hemos sido nosotros. Nunca supimos que éramos diferentes, hasta cuando los demás nos lo dijeron.
Quizá, lo anterior fue la reflexión que todo varón homosexual nacido con la maldición (o el don) de ser artista se hizo alguna vez. Uno nunca es diferente; uno es; se sabe diferente cuando otro se lo advierte.
Durante mucho tiempo me he preguntado qué relación existe entre la homosexualidad y el arte. El hecho de que varios de los grandes artistas en la historia hayan sido homosexuales a veces no me parece mera coincidencia.
Platón, Sófocles, Da Vinci, Miguel Ángel, Shakespeare, Whitman, Wilde, Lorca, Capote, Tennessee Williams, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia son algunos de los artistas que han establecido hitos culturales en sus épocas. Cosa interesante es reflexionar cómo aquello que entendemos por “alta cultura”: el teatro, la pintura, la literatura, la poesía, la escultura, incluso, el máximo pensamiento filosófico, ha sido creado en su mayoría por varones con sexualidades disidentes.
¿A qué se debe esa sensibilidad prodigiosa? ¿Cómo llegaron a esos razonamientos elevados?
Como cualquier otro ser humano, los hombres gays somos seres complejos, duales, un lado luminoso y una contraparte más oscura. Esta dualidad, muchas veces, ha sido útil para el terreno del arte. Aunque pueda parecer contradictorio, la malicia es una de las materias primas del arte: una revancha pendiente, un ajuste de cuentas con la realidad, una réplica, la manera de poder seguir siendo en el mundo. El mecanismo para poder explicarse a uno mismo qué es lo que ha pasado con uno mismo.
La fecundidad del arte gay da frutos más allá que las simples obras hechas. Por ejemplo, el premio Nobel de literatura de 1947, el francés André Gide escribió en su libro «Corydon» (1924) que las “épocas uranianas” han sido las de mayor florecimiento para la estética. Esto quiere decir que aquellos siglos donde hubo, o se tiene registrado, que artistas hombres de mayor edad tuvieron de musas y/o amantes a varones más jóvenes fueron los años de esplendor para el arte. Quién diría que los paraísos europeos con arquitecturas sobresalientes y jardines repletos de esculturas fuesen inspirados por el frenesí de un maestro que enloqueció por su mozo.
No hay una teoría concreta, ni habrá ni tendría qué haber, sobre si los gays prodigiosos sublimaron el trauma del rechazo en creación. Muchos casos demuestran lo contrario y realmente muchos artistas tuvieron posiciones afortunadas en la sociedad. El arte mismo es la prueba, pero el matiz no deja de intrigarnos. Solamente las escrituras de los propios disidentes son las que atreverían a sacar de ese otro clóset artístico el “detrás de escena” de los genios gays y sus obras: poner en el diván de las preguntas a su propia hermandad y los romances secretos que a manera de pistas quizá dejaron en sus invenciones.
A pesar de que el mundo del arte es visto en ocasiones como un idilio femenino construido por una estética masculina, parece ser que la verdad proviene de otro lado. En esa parte dual, del sistema binario en un ser humano, el genio creativo desciende de la feminidad. Los artistas brotan de lo femenino. Entonces, la masculinidad se desarticula en ternuras y sensibilidades: un Eros acobijado por Venus. No por nada, varios de los prodigios en la historia del arte en el mundo fueron los llamados afeminados.