En el lejano Oeste existen espaldas de hombres capaces de detener el tiempo. Se le suspendió a Cobertizo en «El hombre que se enamoró de la luna» (Tom Spanbauer, 1991) cuando aleando las entrañas de la belleza veía lavarse desnudos, tras el cambio de turno, a los trabajadores de las minas de oro. Se le paraliza al ¿inolvidable ya? Alan Ruxton cuando su mirada llorosa observa, en el inicio de «La balada de la mano de oro» (niños gratis*, 2024), la de John Clock a punto de probar el látigo por sodomita. Y se nos contiene a nosotras y nosotros, lectores, al contemplar las dos espaldas narrativas —grandiosas como una pradera fértil repleta de aciertos literarios: «estaba en cuclillas sobre él, con su rabo dentro (…) Mientras botaba, lo miraba con aquellos ojos azules como el cielo de Wyoming.»— de los dos autores del nuevo volumen de la colección «Asterisco». El escritor y guionista Albert Kadmon (Lleida, 1992) y el editor y escritor Weldon Penderton (Lobera de Izfalada, 1977) han gestado un wéstern cinemático y melancólico, queer y corajudo, sucio y luminoso. Una novela corta que bucea lejos del relato oficial y desmonta los estereotipos que han circulado respecto a la masculinidad y a los roles de género en las historias del Far West.
Que en muchas películas de vaqueros podíamos encontrar un subtexto gay o queer y que la visión de estos films removió la autoconciencia sexual disidente de algunos componentes de varias generaciones de jóvenes estaba asumido. Que la Historia —con H mayúscula de heterosexual— se ha empeñado en silenciar y desvirtuar qué es lo que realmente pasó en la construcción de los EE.UU, también. Quienes quieran indagar en el papel de la «homosexualidad» a mediados del siglo XIX en la frontera entre los Estados Unidos y México ahí tienen el inconmensurable y entretenido ensayo «Men in Eden: William Drummond Stewart and Same-Sex Desire in the Rocky Mountain Fur Trade» (Bison, 2012) de William Benemann. Después de leerlo ya no verán a los cowboys de la misma manera (o sí) y desearán haber sido amigues del aventurero escocés William Drummond Stewart. Precisamente, esa sed de aventuras —alejada de lo dócilmente aceptado— es la que nos palian Albert Kadmon y Weldon Penderton en «La balada de la mano de oro». Una narración de ribetes clásicos —en la que entran ganas de quedarse a vivir durante muchísimas páginas más—, pespunteada con elipsis colocadas con extrema precisión y capaz de desplegar un abanico temático (identidad, género, colonialismo, espiritualidad, ¿progreso?…) con el que aventar a los dogmas de lo normativo.
Este relato de reflejos dorados comienza con una partida. La de Alan Ruxton, un muchacho de New Creek que abandona su hogar (confiando en llevarse consigo «aquella mancha que ensuciaba a su familia») para unirse junto a su amigo Tulie Hall a los tramperos que hacen de la venta de pieles su modo de vida. A partir de ahí, en un viaje geográfico, sexual y corporal que los llevará a compartir sus días y su deseo mutuo con buhoneros, con los Hermanos de las Montañas, con los indios chilchuis, con los piesnegros… nos adentramos por la naturaleza sinuosa de un paisaje sensorial que en su correlación física comienza a ser cuarteado con el filo de hierro del ferrocarril. Con todo lo que —simbólicamente— eso significa porque «más pronto que tarde siempre sucede algo que te obliga a ponerte en pie de nuevo y dejar atrás a la gente. Así era el mundo y no había nada que hacer».
Durante toda la transformación vital de Alan y Tulie que acaba (¡ay, ese final!) dejándonos un vacío glorioso en nuestras emociones (muy difícil de rellenar), nos vamos a topar con aproximaciones soberbias a las relaciones de matelotage («nadie perdió el tiempo en explicar qué diantre era aquella palabra ni falta que hizo»), a la recepción de los bardajes («un hombre medicina, una persona con dos espíritus») en los pueblos amerindios y a la constatación cruel y brutal de que «cuesta muchos años criar a un hombre, pero basta un rato de oscuridad para destrozarlo». El wéstern literario de Kadmon y Penderton consigue subvertir mitos y descascarillar la hegemonía tradicional impoluta (el capítulo sobre San Francisco va a oler en la memoria muchos meses) aunando la pulsión crepuscular de «El hombre de las pistolas de oro» («Warlock», Edward Dmytryk, 1959) con los retazos poéticos y conmovedores de «La balada de Cable Hogue» («The ballad of Cable Hogue», Sam Peckinpah, 1970) y con todo el espíritu inconformista y rebelde de «El zurdo» («The left handed gun», Arthur Penn, 1958); todas ellas películas con una lectura queer francamente interesante. Y es que «La balada de la mano de oro» se lee como un film en cinemascope y se mira como un libro emancipatorio. El sexo y el género zambulléndose en el río Bravo. ¡Bravo!
LA BALADA DE LA MANO DE ORO de Kadmon & Penderton. Año de publicación: 2024. Niños gratis. 140 páginas. ISBN: 978-84-129059-0-8
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