La jotería (equivalente a “tener pluma” en México) es hablar y actuar demasiado gay. Hablar muy gay no es una moda, lleva años existiendo y es, simplemente, aquello que se conoce como “jotear”, “bromear”, “echar la pluma”, “mariconear”. Podría considerarse algo así como el “joteo del joto mismo.”
Jotear no es más que personificar de manera burlona y exagerada al estereotipo de gay que conocemos por los medios de comunicación. Digamos, al cliché de homosexual: sujeto de personalidad histriónica, hiperafeminado, promiscuo y obsesionado por los hombres.
El joteo está asociado a lo carnavalesco, la teatralidad y los ambientes propios de la subcultura homosexual. Constituye todo lo referente a lo estereotípicamente gay casi travesti, el universo hiperjoto que nos ha dado la sociedad y la cultura pop para concebir a un tipo de homosexual: una serie de actitudes, manías, estilos, gustos, entonaciones, intereses, un afán por mostrarlos como parodias de mujeres. Cabe en ello cualquier otra manifestación de la personalidad o de la oralidad; el cotilleo, el sarcasmo, la ironía, las groserías, el chiste y el albur, pero todo reconstruido en fraseologías de tendencia amanerada.
Los jotos tienen una “retórica travesti”; combinan recursos lingüísticos, exagerados y sazonados con la burla hacía su propio estereotipo. La parodia en todo su esplendor. Un tipo de habla que no cualquiera entiende, pues, hace falta dominar la pluma para pavonearse con ella.
El joteo es como una acción de combate/defensa hacia la crítica o el insulto (por ello, también incluye críticas e insultos). Un habla que tiene componentes de burla, sarcasmo, ya sea contra alguien o para sí. En contextos consensuados o en situaciones que pueden parecer ofensivas. La delgada línea marica entre ser groseros y andar de albureros.
Paréntesis cultural: dentro de la picardía mexicana el albur es un juego de palabras y frases dichas en doble sentido, mayormente entre varones, de connotación sexual. Cada uno de los locutores tiene como propósito abatir al contrincante, el ganador es sodomizado por el otro. Sobre el perdedor cae la humillación. En palabras del escritor Enrique Serna “el albur consiste en sodomizar verbalmente al adversario, enredándolo con frases de doble sentido para hacerlo parecer ante los demás como víctima de una penetración”.
Cito un par de albures populares:
- “Aviéntame recto que yo te lo cabeceo”
- “Hagamos barbacoa: tú pon el hoyo y yo el animal”
- “Huele a obo / ¿qué es obo? /Esta”.
- “Agárrame bien… la idea… yo te la echo sin problema”.
- “No se apene y pásele a sentarse”.
- “Ando al 99, me falta un palito para andar al 100”.
- “Me voy a disfrazar de pastel para que me empujes la cabeza hasta el fondo”.
Quizás habría que ser mexicano para entender el porqué estas frases son albureras. El camino no es tan complicado: cada una de las palabras posee una metáfora genital; al igual que la frase armada o la fonética (explicar cada uno de los ejemplos tomaría más tiempo).
El mérito del albur, apuntó en su momento Carlos Monsiváis, es la posesión sexual del adversario. Aunque esa reflexión refiere sustancialmente a lo concebido en el “albur heterosexual”. En la onda gay, el albur no trata siempre de un duelo, y cuando lo es: a veces la víctima es uno mismo. Un ataque que se transforma en piropo para perrear al otro. El deseo incorregiblemente macho brotando en cada línea. Los matices vulgares de la seducción.
Contrario al albur straight, el joto albur consiste muchas veces en victimizarse de manera lúdica; rebelarse ante la costumbre machista de que “la penetración” es oprobiosa para el perdedor del juego. No podríamos estar más equivocados. Acá la penetración “oral/hablada” se goza. Ahora sí que el puto más promiscuo, es el que gana.
El alburero gay se vuelve el agente pasivo a propósito; ese es el sentido del combate, y todo esto provoca risa. En el mejor de los sentidos. El humor desestabiliza la ofensa. La frivolidad desarma al adversario hetero porque lo deja sin recursos. Lo hetero ya no puede mofar lo gay con la etiqueta porque estos lo aceptaron primero. El joto le regresó la pelota al buga, pero este ya no quiere jugar porque el balón fue transformado en un par de bolas. Se modificaron las reglas del partido.
El lenguaje nos regresa algo de poder (o quizá sólo más agallas para seguir perteneciendo). En el afán de humillar, el joto albur nos ha devuelto algo de dignidad. Dick-nidad.
El albur del machín al puto no surte efecto porque el segundo te lo voltea. Le arrebata limpiamente un arma a la homofobia y pone una pieza (o le quita) al rompecabezas que configura la masculinidad vieja. La altera, ridiculiza. Al despojarlo de cierto pundonor, gracias al ingenio del habla coloquial, hoy el hombre viril se asemeja al puto más astuto.