«El danzarín y la danza» de Andrew Holleran

Suele ser un asidero común entre la crítica literaria enmarcar la trascendencia de una novela entre cuatro ejes que responden o bien al momento en el que se escribió (o publicó) la obra, o bien a la magnitud histórica y social de la época que se describe en ella, o bien a las piruetas estilísticas y los recursos literarios que despliega el autor o bien a la fascinación por ver cómo algo nuevo -inasible y escurridizo- va fluyendo desde los párrafos del libro que se pretende desentrañar para (en el mejor de los casos) acercarlo a los lectores. O bien (y hasta aquí la anáfora) todo se desmorona y, de tanto en tanto, aparecen anomalías como el «El danzarín y la danza» («Dancer from the dance», William Morrow & Company, 1978; Argos Vergara, 1981) que traspasan esos cuatro vectores canónicos y se proyectan a otra dimensión más difícil de diseccionar teóricamente pero mucho más fascinante.

Oficialmente, Andrew Holleran es el seudónimo literario de Eric Gaber (Aruba, 1944). El autor de «El danzarín y la danza» fue uno de los siete escritores del club literario The Violet Quill (La Pluma Violeta) que en los inicios de 1980 se reunía periódicamente en Nueva York para «intercambiar ideas» en una suerte de vernissage de lecturas propias. Solo tres miembros del club (Andrew, Edmund White y Felice Picano) bandearon la década de los ochenta del siglo pasado sin encontrarse con el SIDA. Sus otros cuatro componentes (Christopher Cox, Robert Ferro, Michael Grumley y George Withmore) vieron cercenadas sus vidas por la pandemia que nos asoló.

Y el dato luctuoso no es baladí porque nos sirve para desplegar el abordaje «convencional» de la novela e insuflarle perspectiva histórica. «El danzarín y la danza» está escrita en los años posteriores a Stonewall y antes de la aparición de los primeros casos de SIDA. Su publicación en 1978 coincidió con la edición de «Faggots» de Larry Kramer. Las dos novelas retratan la «escena» (cultural, social, festiva y sicalíptica) homosexual del Nueva York de los setenta. Pero donde Kramer destila sátira y vitriolo, Holleran entona una (hiper)balada arrolladora que décadas después todavía asombra por la manera en la que deseo, felicidad, frustración, alegría, amor, amistad, decadencia y melancolía se entrecruzan con una sutileza sangrante. De hecho, entre sus párrafos brota esta brutal reflexión en torno a la estructura argumental del querer (que también lo será de Malone, su protagonista principal): «Su amor había seguido en todo -desde la indiferencia hasta el esplendor, y desde éste a la extinción- el mismo proceso que lleva a una planta del nacimiento a la caducidad».

Malone es un atractivo hombre joven del Midwest norteamericano (el tipo de «hombre al que nunca le iba a pasar nada») que cambia su prometedora y tranquila carrera como abogado y sus «discretos» escarceos sexuales con hombres «normales» por las noches sin freno del ambiente homosexual neoyorquino de los setenta (la corte de las «reinas condenadas de la ciudad irreal») al que será presentado y bendecido por un peculiar dealer, Sutherland, con el que deambulará por saunas, discotecas (principalmente por la Twelfth Floor -trasunto de muchas salas míticas de la época-) y lugares de cruising. Veladas e incursiones diurnas que se trasladaban a Fire Island durante el verano (y de las que tenemos constancia física en las icónicas polaroids del fotógrafo Tom Bianchi). Aquellos años en los que la devastación del VIH era una pesadilla inimaginable llegan al lector gracias a un narrador (o narradores) omniscente que igual utiliza la tercera persona del singular, la primera persona del singular o la primera persona del plural. Siguiendo su voz (o sus voces: hay incluso un intercambio epistolar entre dos personajes que no especifican su nombre y se ocultan tras seudónimos) asistimos a un requiebro literario (Holleran es aquí todo a la vez en todas partes, antropólogo, hagiógrafo, crítico despiadado y personaje de una época y un lugar que experimentó en carne propia) que convierte a «El danzarín y la danza» en un clásico absoluto.

«¿Cómo distinguir al danzarín de la danza?» se pregunta Yeats en el verso que abre el libro. ¿Cómo distinguir al escritor de su escritura? ¿Cómo distinguir a las personas de su contexto vital? ¿Cómo distinguir a la literatura del yo del yo? ¿Cómo saber qué es realidad y qué es creación? 44 años después y tras un par de novelas publicadas en 1983 («Nights in Aruba») y 1996 («The beauty of men»), Andrew Holleran continúa planteándonoslo en «The kingdom of sand» (Jonathan Cape, 2022), elegida como una de las mejores novelas en inglés de 2022 por esta revista. Pero antes del reino de arena, Malone y Sutherland ya lo habían reventado todo en la república del deseo. La Gotham del amor.

EL DANZARÍN Y LA DANZA (Dancer from the dance) de Andrew Holleran. Año de publicación: 1978. Edición de la reseña: Argos Vergara, 1981. Traducción: Antonio Samons. 254 páginas. Depósito legal: B.8.984/1981. ISBN (versión original): 9781529110760

 

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