Hablar de representación LGBTIQ+ en las historias que vemos o leemos es hablar sobre narrativas impuestas. Muchas veces, las historias de aquellos personajes parecen estar encorsetadas bajo una visión heterosexual y artificiosa que ni se ha tomado la molestia de averiguar nada, pues sitúan su perspectiva en lados extremos: o es una historia súper idealizada o es un cliché del sufrimiento. Lo curioso es que la vivencia LGBTIQ+ es un mundo de medias tintas y matices, una mezcla rara del balance entre la alegría y el dolor o de encontrar alegría aun con el dolor.
La escritora argentina Camila Sosa Villada, una mujer trans, travesti, actriz y exprostituta ha replanteado lo que la literatura queer o LGBTIQ+ debería ser, o ha sido. No solo en el plano de la escritura, también de la realidad, de ella como autora y del medio editorial en el que se desenvuelve.
A cada presentación de libro que asiste, Camila luce imponente, es alta, sofisticada, trae arracadas en la orejas y las manos adornadas con anillos, usa un vestido escotado y corto que exhibe unas piernas largas y atléticas que cruza con elegancia al meneo de unas zapatillas rojas; Camila parece una mafiosa lista para negociar. Es una figura fuera de lo común a los escritores que se acostumbra a ver en ciertos recintos. Luce como una celebridad y con una voz dulcísima suelta las sentencias más ilustradas.
En su reciente visita a México, a la Feria de Libro en Oaxaca a finales de octubre, la autora expresó:
“Las travestis te hablan de historias fantásticas, te dicen que son primas de la princesa de Mónaco. Son las más mentirosas, pero eso nunca está en la escritura. Porque los activistas piden que se hable del sufrimiento”.
Lo dicho por Camila no es nuevo pero que lo diga abiertamente confirma lo estigmatizadas que siguen las narrativas queer.
Pensemos, por ejemplo, en varios de los escritores homosexuales contemporáneos cuando la crítica y lectores los juzgan por contar historias de encuentros sexuales, tachándolos de mala pornografía; como si hiciera falta que para que un escritor gay fuera relevante tuviera que escribir (nuevamente) sobre el martirio que es crecer, padecer y morirse, sacrificándose para ser laureados. De lo contrario no son más que un montón de burgueses hablando de sus privilegios. El deseo reprimido y expuesto una vez que ha sido liberado no es un rasgo del privilegio, y menos cuando, mínimo, por 300 años ha sido vetado. Lo explícito no tendría nada que ver con la calidad de la historia.
En cuanto a la narrativa travesti, hablamos de una literatura experimental por naturaleza. Las travestis juegan con la realidad, son las mejores tejedoras de ficciones y nunca han sido respetuosas del lenguaje: intercalan la fantasía con su oralidad cotidiana, y eso poco se ve en los libros masivos. La hipérbole llevada al límite. El respeto por el “supuesto” error del habla travesti es manipulado. Por eso Camila Sosa Villada ha causado revuelo.
Durante la presentación en Oaxaca de «Soy una tonta por quererte» (Tusquets Editores,2022), su libro de cuentos, la autora reveló que mientras escribía se percató de que no quería contar una historia donde (otra vez) la travesti pobrecita sufriera como se lo exigían algunos activistas en las reseñas. La escritora dijo “hay que comenzar a comprender que también existe el activismo de la ficción”.
Esa noción va más allá de la simple representación de tales personajes en tales historias. La mera representación parece ser un asunto más bien político. Un personaje queer es incluido en la trama y su historia sucede de manera superficial. Ese tipo de inclusión tiende a ser atacada. Por tibia. Los personajes LGBTIQ+ también pueden ser seres oscuros, crueles, villanos, rompecorazones, superhéroes, madres de familia, divas; atraviesan todo el espectro de las emociones humanas y su relevancia en la historia no tiene nada que ver con lo “buenos” que se han portado en ella, con el cliché vivido. La representación digna no se logra ni con personajes tibios ni correctos, sino poderosos.
En la literatura de Camila Sosa Villada las travestis son personajes profundos; por supuesto que sufren, viven el horror, pero no se regodean en ello. No buscan ser valientes porque no saben cómo; la valentía no es un estado al que aspiran, es el coraje lo que las impulsa a seguir. La furia también es un motor de la superación, al igual que la venganza, sus mieles y la verdad. Lo que falta en las narrativas tibias no es empatía sino verdad.
«La ficción tiene caminos distintos para lograr su propósito, a veces salta de la página y se adueña de su autor, otras, sencillamente, no hace nada más que estar bien hecha. Las identidades se diluyen y prevalece la escritura».
«Las malas» (Tusquets Editores, 2019), la gran novela de la escritora argentina, con ese nombre tan incorrecto como prejuicioso pero lleno de opulencia, narra la historia de infortunio de mujeres trans y travestis de la calle, una verdad sabida y repetida por años; pero esta vez contada a manera de epopeya, como si se tratase de la épica antigua, una Ilíada trans del siglo XXI en Sudamérica. En ningún momento el tono de la historia baja su potencia a sabiendas de que está narrando cosas monstruosas como las escamas de una mujer fea que se convierte en pájaro.
Por su parte, «Soy una tonta por quererte» es un sumario de la cosmogonía travesti, repleto de alhajas, robos y canciones. Una imaginación excéntrica nacida de las noches más frías donde aún con la golpiza una chica puede ser romántica.
La ficción tiene caminos distintos para lograr su propósito, a veces salta de la página y se adueña de su autor, otras, sencillamente, no hace nada más que estar bien hecha. Las identidades se diluyen y prevalece la escritura.
La figura de Camila Sosa Villada en el mundo editorial recuerda un poco a la sensación que provocó en su tiempo el escritor y cronista chileno Pedro Lemebel. Solo que los escándalos del autor se hicieron famosos por tratarse de una celebridad contestataria.
Lemebel, portando su icónica pañoleta y su delineado a lo Elizabeth Taylor, viajaba para impartir conferencias a lo largo y ancho del continente, se fugaba con sus amigas, gastaba dólares en muchachos y llegaba con resaca a las entrevistas. El escritor era irreverente con los presentadores de los que sabía no les agradaba. Pero en sus textos prevalece el amor. Su narrativa quimérica y propositiva va de lo duro que es amar y no ser amado; de la lepra que te acorrala cuando uno quiere ser tierno. La rebeldía de Pedro Lemebel es ser divertido.
A Camila Sosa Villada le encanta maquillarse; se prepara en cada evento porque ahora sabe que tiene un público que ha venido a verla. Las dos personalidades han cumplido a cabal el mejor rasgo de activismo en las personas queer una vez que el calvario de contradicciones ha finalizado: ser fieles a sí mismas.