«El hombre que no se parecía a un caballo» de Eriko Stark

Sin duda el título nos remite al relato fundador de Rafael Arévalo, “El hombre que parecía un caballo”. El texto del escritor guatemalteco, donde describe la fascinación en clave literaria por el supuesto poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, data de 1915 y es considerado uno de los primeros cuentos de tema homoerótico en Hispanoamérica. No es fortuito que el poemario posmoderno del autor mexicano Eriko Stark (Ciudad de México, 1988) haga alusión al título de Arévalo.

De entrada, porque la frase per se arroja una metáfora arrolladora, cargada de virilidad, temperamento y voluptuosidad. Pero también, porque Eriko hace lo que Arévalo parecía que iba llegar a hacer al retratar al personaje en una encarnación del animal. Desde distintas perspectivas, ambos escritores utilizan la descripción psicozoológica del equino para perfilar a su objeto del deseo: otro hombre. Uno, con vista hacia los caballos como criaturas impenetrables y gallardas. Otro, bajo una óptica desfachatada por el erotismo coloquial. Pero no por ello, el poemario de Stark deja de ser una crónica poética dulce, ruda y, en sus propios términos, honesta.

A la totalidad del libro lo componen apartados con poemas dedicados/inspirados/en referencia/ o que toman como punto de partida a Stefani Germanotta, Asarhaddón el rey de Asiria, el manga japonés, la película «Nightcrawler» (Dan Gilroy, 2014) y a Ana Mairena, poeta a la que le prohibieron escribir y fue asesinada durante el gobierno del PRI en la década de los 70. El autor advierte a estos personajes como algunas de sus fuentes de inspiración. Pues, vale mucho honrar en la poesía a aquellas autoras y creadores que nos hicieron creer en la gracia de la poesía.

Las palabras de Eriko recuperan, a través de su verso libre, el lenguaje multicultural de las relaciones entre hombres en el barrio de Tepito. Donde en tono chabacano se sueltan netas, que no por ello dejan de ser vuelos poéticos. Eriko Stark es capaz de hallar la belleza hasta en la guarrada más insignificante de nuestra rutina:

Las veces que yo quiero ser su caballo,

el potro sumiso,

la criatura amada y fiel

siento rabia y coraje

porque sé que Dios me está mirando.

Él se burla de mi tragedia.

El Todopoderoso quiere que lo abandone,

que lo destruya,

que lo engañe y le humille de muchas maneras

para demostrarle que todos los homosexuales

se lastiman entre ellos.

En los poemas del autor hay una búsqueda: más que por la verdad, por la franqueza. Un atentado contra la poesía institucionalizada que parece priorizar las estilísticas de las referencias y las formas, sobre la benevolencia y el espíritu, muchas veces rebelde e inestable, del fondo.

La pluma de Eriko sabe que a los éxtasis de la poesía se puede llegar a través de las fiestas que son ritos, de los bacanales que son sacrificios, de los penes que son juguetes, del enfrentamiento y el beso entre jinetes y caballos. Por más retorcida e inapropiada que sea esta imagen burlesca, no deja de ser parábola. Y eso la poesía de Stark lo sabe muy bien.

«El hombre que no se parecía a un caballo» le raspa a la palabra hasta hallar su pulpa caliente, intrépida, sabrosa y proletaria. ¿Cuántas veces? Uno se pregunta: ¿cuántas veces un poema nos ha encendido, nos ha hecho ir de la cabeza al culo atravesando el corazón? Los poemas galopantes de Eriko Stark nos pasean para ver si somos capaces de vivir esa revolcada.

EL HOMBRE QUE NO SE PARECÍA A UN CABALLO de Eriko Stark. Año de publicación: 2024. Ediciones Ser. 72 páginas. ISBN: 978-607-69545-4-6 

 

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