En 1973 Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1948) ganó con su primera incursión literaria, «Tatuaje», el Premio Sésamo de Novela Corta. Un libro que no se publicó, pese a ser merecedor de un galardón de prestigio, debido a la censura. Aquella decisión autoritaria y venenosa pudo haber sido la responsable de que nunca hubiésemos disfrutado de la escritura de uno de los (a mi parecer, como le gustaría que dijera al autor de «Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy») mejores escritores homosexuales (o no) de las últimas décadas junto con Lemebel, con Vallejo, con Puig y con Zapata. Porque en aquel redoble fascista, en aquella prohibición, Mendicutti comenzó a barruntar que si quería escribir quizá no pudiese hacerlo a su manera ni pudiese tratar los temas que quería. Motivos más que suficientes para desistir.
Pero casi década y media después y algún que otro dictador menos, todas las dudas se disiparon y el escritor gaditano comenzó a engarzar una obra creativa (casi toda editada por Tusquets) que es una celebración de la vida. Un trago de afectos, memoria, ingenio y resistencia para desafiar a aquellos que se empeñan en silenciar las voces de las esquinas, en acallar las historias de los marginados por la norma, en apagar los diálogos de los supervivientes. Parafraseando a Truman Capote, podríamos decir que Eduardo Mendicutti atendió nuestras plegarias y en Un Cuarto Oscuro, sin querer hacer ningún ranking, elegimos 5 de sus obras para que las lleves contigo en tu botiquín emocional y recurras a ellas cuando te hagan falta porque…¡una mala noche la tiene cualquiera!
«El palomo cojo»
(Tusquets Editores, 1991)
«-Tío Ramón, ¿qué sabe mejor, un hombre o una señora?» Quien pregunta es un niño que en el verano de sus diez años, en la década de los cincuenta del siglo pasado, acude a casa de sus abuelos para intentar superar una enfermedad que le provoca fiebres y cansancio generalizado. Quien responderá es el tío Ramón, uno de los inolvidables personajes que van a entrar y salir -en un cimbreante trajín polifónico- de la casona andaluza (la que aparece en la adaptación cinematográfica de «El palomo cojo» (1995) de Jaime de Armiñán es la original de los abuelos de Eduardo Mendicutti en Sanlúcar de Barrameda) que será el escenario del despertar sexual del muchacho narrador. Un chaval que comienza a pisar el mundo de los adultos augurando nubes de soledad en el horizonte. Barruntando tormenta por su diferencia. Percibiendo que sus noches blancas (Visconti, ¡ay! Visconti) serán negras.
«Fuego de marzo»
(Tusquets Editores, 1995)
¿Un libro de relatos que juega a ser una novela? ¿Una novela travestida en libro de relatos? «Fuego de marzo» está compuesto de nueve historias cortas (seis publicadas anteriormente en periódicos y revistas y tres inéditas) escritas a lo largo de veinte años (de 1975 a 1995) que se nutren mutuamente para destapar un endiablado e inteligente diálogo entre ellas que les va a permitir adquirir nuevas dimensiones una vez leídas en su conjunto. Porque en todas se indaga, de una u otra manera y con el sexo presente (a veces con sordina, a veces dulcemente amplificado), en el interregno entre la niñez espoleada por la inocencia y la edad adulta asentada en las certezas que se adivinan fuertes pero que acaban resquebrajándose. «Fuego de marzo» es ese instante, que hemos vivido todas y todos, en el que «a partir de entonces, todo cambió».
«El beso del cosaco»
(Tusquets Editores, 2000)
La mente entendida como una gran casa por donde deambulan los recuerdos y las personas que han marcado nuestras vidas. Los olores de guisos circulando a toda velocidad por las conexiones neuronales. La memoria tamizando imaginación, realidad y buena parte de la historia del siglo XX. La pasión y el deseo saltando a la par en una cama elástica onírica que cautiva al instante. Elsa Medina Osorio que tras sesenta años fuera regresa a La Desembocadura junto a un río Guadalquivir agónico a punto de morir en el mar. Vladimir, el cosaco escultural cuyos besos no se olvidan: «pero Vladimir siempre permanecía impasible, desdeñoso, inconquistable. Y Elsa había llegado a una conclusión definitiva: «Este cosaco es maricón»». Y así podríamos seguir por todos los recodos de esta monumental novela en la que Eduardo Mendicutti se decanta por un narrador demiúrgico y por una prosa luminosa y seductora para firmar una de sus obras magnas.
«California»
(Tusquets Editores, 2005)
«En julio del 74, Franco estaba empezando a morirse en Madrid y yo me paseaba con Frank Sinatra por Hollywood Boulevard». Charly un joven español de 25 años con «nice body, little bitch» quema las noches de la costa Oeste norteamericana mientras en España el dictador languidece. Treinta años después, Charly es Carlos. Vive en un Madrid muy distinto al de 1974 -faltan pocos meses para que se apruebe el matrimonio igualitario- y ocupa las horas entre la responsabilidad de su cargo en una gran empresa, su relación con Álex y su activismo gay. Balanceándose entre una gran novela de amor, una reflexión más descarnada de lo que parece sobre la justicia social y una desprejuiciada mirada al sexo y al placer, Eduardo Mendicutti compone también una impresionante balada (una canción para hombres grandes que diría Rafa Cervera) sobre el difuminado de los homosexuales que abandonaron la juventud varias décadas antes y que se niegan a perder su conciencia cívica.
«Mae West y yo»
(Tusquets Editores, 2011)
Podríamos ponernos exquisitos y decir que la mayoría de las novelas de Eduardo Mendicutti capturan el zeitgeist de la época que retratan. Si queremos fardar más, podríamos afirmar que se impregnan del genius saeculi del momento. Da igual qué expresión utilicemos. «Mae West y yo» es el ejemplo perfecto de cómo el escritor gaditano atrapa los entresijos de un tiempo y un lugar. En este caso, los de la España de finales de la primera década del siglo XXI y comienzos de la segunda; la España de las piscinas, la del dinero de la construcción, la de los fraudes financieros, la del gol de Iniesta. Desdoblándose en un pulso narrativo entre Felipe Bonasera, un ventrílocuo aficionado con carrera diplomática y una Mae West (suerte de alter ego) benditamente descarada («entre un buen novio y un buen escote, prefiero el escote. Te permite probar muchos novios hasta dar con el bueno»), el autor disecciona con bisturí el impacto de la enfermedad al cruzarse en nuestras vidas. Y en esta operación, el doctor Mendicutti transfunde infinidad de referencias cinematográficas y recurre al humor como anestesia necesaria.
Composición de portada a partir de una fotografía de Eduardo Mendicutti de Editorial Tusquets.